Así como el elemento de la diplomacia suele aparecer en los analistas que han leído algunos libros de historia, el de la persuasión cultural figura en contadas ocasiones. Afortunadamente, Joseph Nye, antiguo adjunto a la Secretaría de Defensa durante la administración Clinton, le puso el cascabel al gato. Aunque integró la diplomacia dentro de su poder blando y yo sólo estoy parcialmente de acuerdo, demostró también que lo que algunos conocen como capital político, no es otra cosa que el poder de persuadir a los demás sin necesidad de amenazarlos con sanciones económicas ni con intervenciones militares. De repente, recordamos cuál fue la clave de la influencia francesa después de la Segunda Guerra Mundial: una cultura admirada por todos y en la que todo Occidente quería participar. Nos sorprendemos al descubrir que el Imperio Romano no tenía capacidad militar para someter a todos aquellos países, y que, sin embargo, fueron los instrumentos como la “ciudadanía romana” los que consiguieron convencer a las elites locales de la supremacía de sus valores e instituciones. Tampoco es extraño que muchos de los dirigentes mundiales que más velaron por los intereses estadounidenses fueran educados en las grandes universidades americanas. Teniendo Arabia Saudí un ejército penoso, una economía basada en las oligarquías del petróleo y una capacidad diplomática tan discutible… ¿entonces, cómo puede haber conseguido esa influencia en el mundo musulmán? Pues financiando las entidades caritativas y religiosas que rindieran culto a la única interpretación islámica que garantiza la legitimidad de la familia reinante como “guardiana del reino de las dos Mezquitas” y al propio país como el gran faro de la Umma o comunidad de los creyentes.
Todos estaríamos de acuerdo, después de lo dicho hasta ahora, en que una verdadera superpotencia debería poseer unas enormes cantidades de poder comercial, cultural, diplomático y militar. Es aquí donde la mayoría piensa en Estados Unidos. Y habrían tenido razón en los años cincuenta: Más de la mitad de la producción mundial provenía del suelo americano; sus universidades y expresiones artísticas querían ser implantadas con urgencia por todos los países del mundo que no se encontrasen bajo la bota de Moscú; las grandes instituciones internacionales eran claras correas de transmisión de los valores de la democracia liberal estadounidense, mientras que los enemigos de la Segunda Guerra Mundial aceptaban con resignación y eficacia su modelo gobierno; y finalmente, el poder militar de Washington no sólo había vencido sino que no contaba con ninguna oposición a su altura porque era el único capaz de fabricar la bomba atómica.
El lector agudo tiene derecho a preguntarse si Estados Unidos es hoy esa verdadera superpotencia de la que hablan tanto los periódicos. Analicémosla sin prejuicios y de acuerdo a las categorías de poder que hemos explicado: Sus exportaciones, según la Organización Mundial del Comercio, fueron el 9% de las mundiales en 2004, y el 16% del total de las importaciones, y no son capaces de superar las cifras europeas; según la entidad más solvente en cuanto a estudios sociológicos a nivel global, el Pew Research, ninguna democracia, a excepción de las antiguas repúblicas soviéticas, admira los valores de la democracia americana y ni siquiera los que soportan gobiernos tiránicos desearían emular ni las costumbres ni el modelo de vida estadounidenses; el presupuesto dedicado a las becas de estudios, que eran el mejor modo de formar a las elites de todos los países del mundo en los valores americanos, fue reducido en un tercio durante el segundo mandato de Clinton; las grandes instituciones internacionales no sólo ganan popularidad vetando decisiones como la guerra de Irak, sino que además acaban de excluir a Washington del Consejo de Derechos Humanos de la ONU; el ámbito militar, y gracias a las armas inteligentes, es el único en el que los Estados Unidos conservan la supremacía.
A modo de conclusión y después de comprender las distintas categorías del poder mundial, Estados Unidos nos ha demostrado que es una potencia en declive. Lo que significa que ni hace lo que quiere, ni es ya capaz de imponer siempre y por sistema sus intereses si no es por la fuerza de las armas. Todo eso ha provocado que se sienta cada vez más amenazada y temerosa, más paranoica, y que utilice su ultra-conservadurismo para reafirmarse y buscar una identidad que cada vez se esconde más entre los ropajes del miedo a no soportar los retos de una globalización completamente diabólica para los que desean diseñar las fronteras del cambio.
Think Tanker.
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